Imagen: Internet. Edición: Sophimanía
Soy ateo y escéptico, así que a duras penas creo en la existencia de mi bicicleta, de mí mismo y un poco más allá. Sé que mi destino no lo escribe nadie, excepto yo, que ando pedealeando por la vida bajo cambiantes circunstancias. Algunas agradables, no lo niego, pero sujetas al azar.
Estoy convencido de que "el mundo espiritual" -desde la resurrección de Jesucristo hasta la neo revelación de los OVNIs- es tan solo un producto residual de la forma en que trabaja nuestro cerebro: buscando patrones y adjudicando sentidos a cualquier cosa que se interponga en su camino, incluyendo por supuesto a las bicicletas y sus acompañantes.
Me interesan los temas metafísicos, no lo niego, pero no creo que tengan más (o menos) consistencia que los sueños que nos asaltan por las noches.
Con todo, una de mis quimeras favoritas nace a partir de una deformación profesional; ese afán inconciente que tiene el sicólogo de toparse con sicóticos, el policía con ladrones, el cura con pecadores, los monógamos con tentaciones extramaritales, los ciclistas con agujeros negros. Yo, que me gano la vida escribiendo cosas inventadas, me topo con situaciones dramáticas, a veces tristes o graciosas, otras para correr de buena gana.
Ya me explico: hay ciertas circunstancias en que miro a mi alrededor y me parece que comienzo a ser víctima de la encrucijada escrita por un colega: es de noche y se sale la cadena de la catalina en el preciso momento que tengo que entregar un archivo importantísimo que fue imposible enviar por correo electrónico.
Y cuando me pongo arreglarla, un auto pasa lento, demasiado lento, por mi costado izquierdo, haciendo que un perro invisible estalle a ladrar a lo lejos. Parece que todo se confabula en dirección a un clímax que ya intuyo con un escalofrío.
Es como cuando un exceso de coincidencias nos despega de un relato, volviendo visible la armazón -el guión- que lo sustenta. Entonces me siento como un personaje ficticio en vísperas del tenso final del capítulo semanal.
Afortunadamente, mi bicicleta está ahí para ayudarme a escapar. No sólo físicamente -poniendo distancia entre nosotros y la emboscada- sino mentalmente, devolviéndome mi tranquilidad y mi confianza en que el universo no tiene más sentido que el que querramos darle aquí y ahora, según nuestro entender o nuestro capricho, si acaso hay diferencia.
Mientras pedaleo imagino, por ejemplo, que la creación de la bicicleta es el fin último del universo... O el espacio privilegiado donde los equilibrios corporales y mentales se complementan, una máquina para fabricar nirvanas... Quizás un útero para parir ángeles con ruedas en vez de alas... O más bien el mecanismo que hace girar la Tierra...
No importa el tamaño del desatino perpetrado, cual papel, la biciclieta aguanta todo, yo incluido. Y es que casi cualquier desvarío es mejor que la sensación horrible de ser un personaje escrito por otro, por un Borges supersecreto, un autor displicente que se alista a colocarme en una secuencia en la que soy diagnosticado de orate por un siquiatra encarnado por un actor de reparto, y todo para simple beneplácito de una teleaudiencia invisible pero dispuestísima a desintegrarme en unos instantes, con un enorme y remotísimo contr
Enlaces relacionados
Pablo Vásquez para Sophimanía
7 comentarios:
He llegado a la conclusiòn de que es imposible usar una bicicleta para trasladarse si no es una strida plegable. Espero ansiosamente que un turista venido a menos la ponga a la venta en lima, pero si conoces algùn incauto que estè dispuesto a vender la suta, avisa.
Chequea entre los turistas chilenos entonces. Mira esta nota que publicamos hace un tiempo:
http://sophimania.blogspot.com/2009/12/boom-sobre-dos-ruedas-el-fenomeno-de.html
Maravillosa bicicleta, maravilloso el que la monta y le da brío.
¡Bravo!
Dejé de montar bicicleta cuando tenía 12, y disfruté por vez primera del placer de manejar una moto. Ya cuando tenía 19, de puro mono compré una de carrera porque todos mis amigos compraron. La gracia me duró una semana, de tanto dolor de muslos y trasero. Quizá de puro envidioso y porque nunca fui bueno conduciendo bicicleta…. fue que siempre odié a los ciclistas y su avance cimbreante e inseguro que amenaza a cada metro con cerrarme el paso con su rueda delantera cuando circulan por el asfalto. Mi temor a atropellarlos me ha hecho más de una vez cerrar a otros carros.
Ya de treintón, me dio por trotar por malecones y veredas, pensando que allí estaría a salvo de los ciclistas… pero no. Ahí también aparecieron, pero esta vez, el poder lo tenían ellos con sus timbres estridentes pidiéndome que abra paso, so amenaza de pasarme por encima. No los quiero. Nada personal.
Mauricio, creo que eso te pasó porque cuando volviste a coger la bicicleta a tus 19 años, tuviste una mala experiencia con ella.
Si hubieras comprado una bicicleta cómoda, de esas tipo holandesas, con el asiento ancho y el manillar cercano al cuerpo, y la hubieras utilizado a diario para hacer la compra o tus quehaceres cotidianos, sin prisa y disfrutando de la ausencia de ruido al no llevar motor, digo que casi seguramente tu experiencia hubiera sido más que positiva y ahora no te sentirías tan mal con respecto a este maravilloso invento.
Las bicicletas de carreras son bastante incómodas pues te obligan a llevar una postura muy forzada, además de que tienen unos asientos muy duros y finos.
La bicicleta es excelente, pero es como todo. Si te pegas un atracón un día o una semana y lo haces con una poco cómoda, pues acabas harto y odiándolas.
Yo tengo coche, pero sólo lo uso para viajes largos (estoy pensando en deshacerme de él) pues la bicicleta me reporta muchísimas satisfacciones a diario.
Las ciudades serían mucho más amables si más gente la utilizara como elemento de transporte cotidiano.
Mira algún vídeo de Copenhague y ya me dirás...
Tampoco hay que forzar a nadie a que le guste algo que no le gusta, pero detestar a un vehículo tan amable como la bicicleta, quizá es demasiado.
Saludos.
Lo de "detestar", obviamente era una exageración para ponerle humor, para darle forma de viñeta como lo hizo el autor. Nada más mi estimado Dialogotomía. Es más, estoy pensando en comprar una bicicleta pronto. El tránsito en Lima me está envejeciendo el alma de tanto renegar. Eso sí, le pondré un timbre muy sonoro para que hasta las kombis me abran paso. Ya te cuento.
Saludos
Pues ánimo, Mauricio.
Entre todos tenemos que intentar crear un mundo más amable. Sinceramente, tengo mis dudas de que eso sea posible, pero miga a miga...
Yo pongo la mía y tú también la tuya.
Saludos.
Publicar un comentario