domingo, 15 de noviembre de 2009

Ciclovía: Ma

Foto: Eyefetch

Iba en camino. Mientras tanto mi madre esperaba en la ventana del departamento verme regresar del trabajo en mi bicicleta negra. Ella temía -con razón- que un accidente de tránsito estropeara nuestras vidas, pero sus desvelados reparos nunca fueron más allá de un silencio reprobatorio, de cierto rictus de desprecio al mirar las bicicletas arrumadas en el comedor.

No lo tomen a mal: Sarita Flores se hacía querer. No importaba el lugar al que la vida la llevara -y la llevó a muchos lugares- al poco tiempo se convertía en la fuerza que organizaba y resolvía todo, promoviendo salud, alegría, esperanza, mesa buena y un tipo de sabiduría amable y prejuciosa que ella administraba con un alto sentido de justicia. Discutible, pero justicia.

Mi madre -que creció en los treintas mataperreando en las calles desniveladas de Pacasmayo- sabía trompearse de tu a tu con los muchachos, jalar mechas, jugar canicas, trompo, robar frutas de las huertas, alborotar enamorados, dar discursos por Fiestas Patrias y escaparse del colegio para irse a bañar a la bahía del puerto. Pero ninguna de sus historias tenía que ver con bicicletas. Quizás por eso no apreciaba su embrujo.


Pero su magia materna era más poderosa que cualquier biciclo: para mi hermano y para mí era normal verla hacer milagros a diario: desayuno, almuerzo, comida, palabras sensatas o dulces, sentido del humor y del amor, eventuales palmazos, juguetes, escapadas al cine y libros de aventuras; pero sobre todo libertad para soñar y decidir lo que queríamos hacer en la vida; ella siempre dispuesta a celebrar nuestros éxitos; a suavizar nuestros fracasos.

Sarita Flores. Excepto para mi bicicleta negra, era bien fácil ganar su corazón. También su cólera, pero era pasajera. Y además -y aunque no le gustara reconocerlo- sabía perdonar.

Ahora, que me espera en los Jardines de la Paz, mientras pedaleo por las calles violentas de Lima su preocupación de madre perdura como una sombra cálida que me acompaña y me hace doblemente precavido, lo que sin duda y más de una vez me ha salvado la vida. Es como si su solo recuerdo me hiciera más sabio, mejor hijo, mejor ciclista, mejor amigo.

¡Mi madre! Enemiga de los vehículos de dos ruedas. Partidaria del orden y el jabón. Suiza en miniatura. Pacasmayo instantáneo. Cajita de música. Ejército de a uno. Sabia, con quinto año de primaria. Santa, sin ir a misa ni promover la religión.

Voy en camino, ma.

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Pablo Vásquez para Sophimanía

3 comentarios:

Unknown dijo...

Hermoso Pablo, hermoso
Una excelente forma de empezar el día, me hiciste soltar un lagrimón

un abrazo

Pablo Vasquez dijo...

Hola Verónica. Qué bueno que te gustó. Gracias por visitar Sophimanía y darte un tiempo para dejar un comentario. Saludos!

Isabel dijo...

No hay mejor forma de describirla....lo leo y lo leo y no puedo dejar de verla en cada frase, en cada palabra, en cada recuerdo...
Como siempre Pablo la palabra perfecta en el momento perfecto.
GRANDE SARITA!!!!
millones de kss

¿Qué es Sophimanía?

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Impulsamos el conocimiento de temas que por coyunturas políticas, pasan a 2do plano. Creemos que solo nuestro instinto por saber, conocer, explorar, cuestionar, construir, ha permitido que nuestra especie ocupe este espacio-tiempo, y por lo que quizás permanezca.

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