sábado, 7 de noviembre de 2009

Ciclovía: Montar por amor



De todas las circunstancias que nos animan a subir a un biciclo, la más placentera es aquella que tiene por meta visitar a la persona amada. En tal situación, pedalear se convierte en un preámbulo amoroso, en un juego erótico, en un anticipo sensual del destino que nos aguarda.

Como siempre, la emoción se proyecta alrededor y el trayecto, antes simple o frío, se vuelve sensorialmente complejo.

Subir una pendiente, apretar los frenos, mover los muslos, observar el asfalto y cambiar de catalina o de ritmo ya no son más decisiones racionales de un ciclista responsable, son ahora desvaríos de un enamorado en trance de reducir a cero -o menos- la distancia que lo separa de su amada.

Por supuesto, el desamor, la culpa y las dudas reclaman un pedazo de ruta. Las fachadas de las iglesias, por ejemplo, nos sabotean con malos pensamientos: "¿Me ama tanto como yo la amo?", "¿Estará dispuesta a ir más lejos que la última vez?", "¿Los condones tienen fecha de expiración?". Ateo o agnóstico religiosamente practicante, es recomendable evitarlas pues aun cuando tales pensamientos no nos perturben, nunca falta la presencia de algún feligrés con cara de estar arrepentido de los pecados que hemos planeado cometer con ahínco.

Todo asomo de culpa, aunque sea ajena, es una mala conciencia para quien espera dejar huellas perdurables en la persona amada.

Otras fachadas que hay que evitar son las de los parientes, las de las antiguas enamoradas y las de los cines, donde el infaltable afiche del galán de turno nos hará sentir más feos y desgarbados que de costumbre.

Y así como en el lecho será importante eludir la eyaculación precoz, sobre la bicicleta es necesario evitar el sudor prematuro. Nada más desagradable que presentarse hecho una sopa jadeante y humosa. Por eso, al montar, el ciclista debe hacer un acuerdo consigo mismo, un término medio entre sus ganas de arribar pronto y su necesidad de llegar amable.

Como todo, es cuestión de práctica, de tomárselo con calma, de sucumbir al sádico disfrute que existe en el retraso voluntario del placer inminente (aquí los años ayudan, como las mañas).

"Ya solo faltan tres cuadras" me digo al llegar al cruce de dos avenidas que ahora siento más cómplices que nunca y me convenzo de que estoy libre de la eventualidad horrible de que se me baje una llanta. Al insufrible retraso que impondría tal avería, está la afrenta adicional que con insoportable impudicia exhibe el caucho sin aire: la flacidez, oscuro presagio para todo el que pretenda encarnarse de amante.

Foto: Clubfoto.ru / Krystobal

Ya estoy allí. La primera etapa del viaje ha terminado, aquella signada por el movimiento horizontal - rectilínio. En la segunda, la que me alisto a realizar, curiosamente no iré a ninguna parte, el movimiento será repetitivo, en el mejor caso circular, pero como nunca sentiré que me traslado a la velocidad del vértigo, que conozco y reconcozco los lugares más cálidos y perfectos que puede disfrutar un ser humano, lugares mágicos a los cuales mi leal bicicleta -que ahora espera abandonada en la entrada- no podrá llevarme jamás. Siento pena por ella: tan hábil para llegar a las puertas del paraíso, pero totalmente incapaz de cruzar el umbral.

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Pablo Vásquez para Sophimanía

4 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente artículo
He leído la mayoría de artículos del blog y son muy interesantes, oportunos, de una actualidad indiscutible, este sin embargo me deja el saborcito literario que tanto necesitaba esta tarde.

gracias,

Pablo Vasquez dijo...

Hola Verónica, gracias por visitar Sophimanía y comentar. Qué bueno que te gustó nuestra web y gracias por lo de "saborcito literario" de la última Ciclovía. Ojalá nos sigas leyendo. Saludos!

Romy dijo...

Qué buen post! me arregló la tarde.

Pablo Vasquez dijo...

Hola Romy, gracias por visitar Sophimanía y escribirnos. Me alegra que esta 'Ciclovía' te haya gustado. Tu comentario me arregló la tarde-noche. =) ¡Saludos!

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