sábado, 16 de enero de 2010

Ciclovía: Mis muertes favoritas


En el Perú más gente muere por accidentes de tránsito que por operaciones militares o policiales. Según las estadísticas, más peligroso es tomar una combi que participar en una acción antisubversiva en el VRAE.

La situación es peor para los ciclistas, que vamos por ahí sin latas ni bolsas de aire que nos protejan. No hay semana en que uno no se sienta en el peligro inminente de ser atropellado. No hay día en que un conductor no nos haga recordar que vivimos en una ciudad hostil y caótica.

Pero ir en bicicleta ofrece mejores alternativas que morir bajo las ruedas de un vehículo. Si usted está pensando en suicidarse, el biciclo le ofrece cuatro opciones bien originales.

Si desea una muerte a la moda, con repercusiones medio ambientales, vaya por una avenida transitada por microbuses. Como nuestras velocidades relativas son casi las mismas, hay tramos absurdos en que vamos a la zaga de sus escapes mortales, respirando monóxido de carbono.

Bastan cuatrocientos metros seguidos para morir envenenados por los gases, con la paradoja adicional de que a la vez estamos haciendo un ejercicio integral y "al aire libre".


Si por el contrario desea que su suicidio ponga de manifiesto la absurda precariedad de la condición humana, busque jardines con muritos enrejados. Máximo de veinte centímetros de alto. Como los muritos son albergue habitual de los ciclistas -nos permiten parar sin que sea necesario bajar del asiento- al detenerse haga que su pie resbale y pierda piso. Acto seguido, caiga lateral y suavemente sobre las puntas de la reja. Toda una estupidez.

Si usted es formal y está pensando en un clásico ahorcamiento, tampoco es preciso que se baje de la bicicleta. Busque un poste torcido, que esté curvando sus alambres sobre la calle. Basta que tome impulso y corte camino sobre la acera, para que el cable lo tome por el cuello y lo jale hacia arriba, dejando que el biciclo camine solitario unos metros más, libre e incompleto.

El último es para románticos: hay parques rodeados por barandas de cáñamo. Son maderas frágiles y huecas, que pronto se deterioran. A veces, un carrizo se libera e invade la pista, apuntando mortal hacia quienes usamos la parte derecha de la vía. Si no es evitada a tiempo, la caña puede fácilmente atravesarnos de lado a lado, entrando por el pecho, a la altura del corazón (no en vano las usan para hacer anticuchos) y salir por la espalda.

Es mi muerte favorita. Me recuerda las justas reales que describe Walter Scott, con una ventaja: Si el ciclista tiene suficiente coraje, puede resistirse a caer al suelo. Para morir dignamente es de vital importancia que se mantenga erguido sobre su máquina, sujetando con la mano derecha la lanza mortal que lo atraviesa y con la izquierda el manubrio del biciclo (un ciclista que se respeta puede perder la vida, no el equilibrio).

Poco a poco debe desangrarse, pero es imprescindible que muera antes de que llegue el fiscal de turno o peor aún los reporteros de la televisión.

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Pablo Vásquez para Sophimanía

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