domingo, 22 de noviembre de 2009

Ciclovía: Una bicicleta llamada deseo

Imagen: Coxnewsweb.com

Kerouac describe infinidad de veces ese estado de melancolía y ansiedad que provoca la cercanía de una gran vía que se pierde en el horizonte. La tangente, su cauce profundo hacia el "más allá" es una invitación a salir de la rutina a, de una vez por todas, cambiar de vida.

Es "el llamado del camino" que durante los cincuentas sacó a centenares de jóvenes norteamericanos de sus casas paternas para buscar un mundo menos terrible que el promocionado por la televisión -Papá lo sabe todo-; un lugar donde no rigiera el estrecho código de las "buenas costumbres".

Pero el llamado de la carretera no es exclusivo de los yanquis, ni de los cincuentas, ni de una sociedad opresiva. Los ciclistas lo experimentamos de vez en cuando, generalmente de noche, cuando silenciosos como sombras regresamos a nuestros hogares.

La ruta de un ciclista es el resultado de un largo proceso de experimentación y análisis. Poco a poco, con paciencia de joyero, el bicicletero va puliendo su propia ruta. Cada calle es elegida por una razón pura o dialéctica, que va desde el simple goce de una imagen, hasta el evadir cuidadoso de un cruce inseguro, un charco o un bache.

Foto: Gary Jackson

Pasando, claro, por atisbar esa ventana donde hace tres días intercambiamos una mirada con lo que parecía ser el fantasma reencarnado de una mujer tercamente querida. Sin embargo, llega el día en que de improviso otro camino nos convoca con la fuerza de un deseo irreprimible.

Puede ser el llamado discreto y sensual de una calle solitaria, o el reclamo perentorio de una gran avenida. No es posible ya seguir regresando al hogar. La bicicleta se encabrita, se tensa y sólo admite seguirla.

Los ciclistas novatos tardan en entender el llamado. Los más experimentados lo recibimos con naturalidad, como se afronta lo inevitable. Sabemos que no hay garantías. Nada bueno nos puede esperar al final de la cuadra, o lo contrario. Es como una invitación a salir con la mujer deseada. Una probabilidad de encontrar la felicidad, la angustia o la muerte.

Un riesgo que se toma con respeto, pero que nunca debe ser rechazado. Mientras vamos por la nueva calle, un sinfín de sensaciones agreden nuestra alma. Misteriosas sombras invocan temores olvidados, y sobrecogedoras luces nos recuerdan constantemente nuestra condición de invitados precarios.

Un llamado del camino termina a veces en una comprobación de lo conveniente de nuestra antigua ruta. En ocasiones es asimilado por nuestro recorrido habitual. Otros, los desbocados, los ilusorios, nos llevan a situaciones abiertamente peligrosas, a maniobras hasta el momento desconocidas. Pero nunca pasan sin dejar huella.

De regreso al hogar, unas horas más tarde, hay cierto alivio en el cuerpo. Abajo de la entraña, nuestra máquina, endeble extensión del alma, sigue fiel, zumbando el aire con sus rayos, que han dejado de presagiar tormenta.

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Pablo Vásquez para Sophimanía

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