sábado, 24 de abril de 2010

Ciclovía: Piratas en misión imposible


Los relojes y las bicicletas son primos hermanos. Ambos inventos están signados por el círculo: engranajes, ruedas, catalinas, piñones, ejes, tubos y hasta la vida del ciclista. La razón no es de capricho sino de estricta necesidad. Si no fueran circulares no podrían girar con tanta economía y eficiencia, ni marcar ciclos o cumplir revoluciones, vueltas y revueltas.

Por supuesto, cumplir ciclos es bastante más que girar, de la misma forma que conversar es más que dialogar o almorzar que alimentarse. Para cumplir un ciclo no basta regresar al punto de partida. Hay que tener la intención y el convencimiento de que en tal regreso está la clave para poder ir más allá.

Es por eso que cumplir algunos ciclos te toma media vida. Hoy, que supero la edad en que mis padres me trajeron al mundo, recuerdo mi niñez con otra claridad. Revivo mis recuerdos felices y muchos de ellos, recién colijo hoy, florecieron en circunstancias durísimas que mis padres supieron ocultarme.

Me encantaba, por ejemplo, ir con mi papá y con mi hermano, en el viejo Rambler familiar, ida y vuelta por la avenida Arequipa. Mientras mi padre manejaba el V8, mi hermano y yo cobrábamos a los pasajeros que recojíamos en las esquinas. En realidad, yo sólo ocupaba espacio (tenía cinco o seis y mis matemáticas servían para un carajo). Era el hecho fantástico de "salir a trabajar con mi papá".

Me fascinaba que el carro, muy largo y ancho, se llenara poco a poco de extraños, ¡como si fuera un colectivo de verdad! Sentía que los engañábamos, igual que en Misión Imposible. Me emocionaba que de pronto mi padre se preocupara por la presencia de un patrullero pues según escuchaba feliz, éramos "piratas", igualito que en los "Corsarios y filibusteros" que veía a diario por la tele.

En casa, mi madre cumplía también su cuota diaria de milagros y hoy no puedo recordar un sólo día en que haya sentido que me faltara algo, incluyendo mi triciclo verde de ruedas con rayos, premonición o causa de mi actual afición por las bicicletas. Ignoro de dónde se saca el coraje para llevar adelante una familia en circunstancias poco propicias. Tampoco sé por qué mis padres se tomaron el trabajo. Solo atino a estar agradecido.

El ciclo se va cerrando y tiende a repetirse, pero en otro punto del camino, más amable. Hacia atrás, la perspectiva valiosa de la historia compartida. Hacia adelante, el convencimiento de que, de alguna manera, formamos una buena familia, aunque para nada ejemplar: piratas en misión imposible.

Hoy cumplo otro de mis ciclos y regreso a la Arequipa montado en el extremo opuesto del Rambler: mi bicicleta. Aunque la sensación de ser un pirata no ha desaparecido, las amables lanchas-colectivos han sido reemplazadas por las combis velocirraptoras. No parece haber lugar para niños soñadores o ingenuos, pero sé que tienen que estar por ahí: ellos son el punto de partida y de retorno, el eje que tarde o temprano hace posible la espiral, el ciclo, la marcha, el avance.

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Pablo Vásquez para Sophimanía

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