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Marshall McLuhan dijo "el medio es el mensaje" y alborotó el mundo académico de las ciencias sociales. No tanto creo por el contenido de la oración, a la larga abstrusa y discutible, sino por la bella limpieza de su enunciado.
En las ciencias exactas sólo Einstein había tenido la misma suerte al proponer que la energía era igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado. Lo que sea que eso quiera decir. Yo sugiero, guardando las distancias, "la bicicleta es el destino".
Me explico. Al comienzo, pedalear es la condición fastidiosa para llegar a un punto. Luego el punto es el pretexto (a veces fastidioso) para pedalear un rato. La bicicleta se vuelve un fin en sí misma.
A partir de ahí siempre nos ofrecerá un territorio nuevo que explorar, aún sobre el trillado asfalto cotidiano. Un barrio personal de sorpresas y sensaciones. Uno de mis hallazgos más queridos en ese lugar, lo comparto, son ciertos equilibrios sabrosos cuya existencia me desconcierta.
Al comienzo de los tiempos de ciclista creía que el equilibrio era una religión monoteísta. Pero es poli. En las curvas de las calles habitan equilibrios desconocidos y fascinantes (así como los desequilibrios que habitan las curvas femeninas).
Son las esquinas que te obligan a inclinar la bicicleta para no perder velocidad. Llegar a un ángulo que tu instinto describe como "estamos a punto de sacarnos la mugre". Pero ahí donde la razón recomienda, la magia de la física enmienda. A despecho de Newton, la bicicleta no se cae y es capaz de volver a sustentarse con un suave movimiento de timón.
Lo inusual de este equilibrio es que se pierde la sensación de suelo, como si las ruedas sólo tocaran el aire. Uno se pone en órbita de la esquina. Dura un par de segundos, maldita sea, pero es adictivo (me remito a la experiencia de otros placeres efímeros).
"Dar" y "tomar" una curva deja de ser una opción semántica para convertirse, casi, en una opción de vida. Los ciclistas demoramos miles de kilómetros en aprender a valorar la diferencia. Pero vale la pena.
Hoy, casi cualquier pretexto es bueno para buscar esos equilibrios, aunque no siempre se logran. Exigen una dosis de riesgo y una esquina adecuada. Hay curvas perfectas, por supuesto, y el ciclista adicto las tiene bien ubicadas en su corazón. Y en su ruta.
La calle se convierte en la condición de la curva. Hay manzanas maravillosas (me las reservo para mi consumo personal) que tienen cuatro esquinas perfectas. Al descubrirlas se tiene la sensación que sufre la hormiga al caer en el azucarero. Uno puede quedar atrapado en ellas hasta el anochecer, dando vueltas una y otra vez, consumiendo curvas como loco.
En el desvarío de la sobredosis, Einstein se reconcilia con Newton y enuncian "la bicicleta es igual a la masa encefálica del ciclista, por la velocidad que lleva al dar la vuelta al cuadrado que forma la manzana de Newton".
En esos momentos se comprende claramente la teoría de la relatividad.
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Pablo Vásquez para Sophimanía
2 comentarios:
Bueno tu texto Pablo. Queda claro que tu aporte a la comprensión de la teoría de la relatividad, es, por lejos, mucho más lúcido y productivo que el 'espacio-tiempo-histórico' de un extinto lider político peruano.
A propósito de bicletas, ya me convenciste. ¿cual me recomiendas?. Tengo 44, mido 1.76 y peso 77 Kg.
Saludos
Hola Mauricio, qué bueno que te gustó esta ciclovía. Yo, a grandes rasgos, prefiero las bicicletas montañeras porque resisten más la precariedad de nuestras vías y nuestro tránsito. Ojalá te animes a pedalear, tu mente y tus vías circulatorias te lo agradecerán! Saludos!
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