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quiere el 20 por ciento de lo que consumimos, a pesar de que su masa representa solo el
2% de nuestro peso. Fuente: LiveScience
Todos sabemos que lo que comemos afecta nuestro peso, pero cuidado: también afecta nuestro cerebro. Por ejemplo, la cantidad de calorías, carbohidratos y grasas saturadas que consumimos tiene efectos sobre nuestra memoria a corto plazo.
Aquí hay cinco cosas que tienes que saber en relación a lo que comes y tu cerebro.
1. Aliméntate
Nuestro cerebro representa en promedio el dos por ciento de nuestro peso corporal, sin embargo consume el 20 por ciento de las calorías que diariamente comemos.
El cerebro constantemente demanda glucosa, obtenida principalmente de carbohidratos (frutas, vegetales, granos, etc). Solo en momentos de inanición, el cerebro recurre a sustancias alternativas.
Las partes del cerebro que han evolucionado "recientemente" (hablando en escala evolutiva), como la corteza, centro del pensamiento conciente, son las más sensibles a la falta de glucosa. Las partes que controlan nuestros signos vitales, mucho más antigüas en términos evolutivos, son mucho más resistentes.
"Cuando te baja la glucosa -explica Leigh Gibson, de la Universidad de Roehampton, en Inglaterra- el primer síntoma es confusión, no un cambio en los ritmos vitales".
Pero eso no quiere decir que la recomendación sea consumir dulces a cada momento para mantener el cerebro lúcido. Por el contrario, altos niveles de glucosa en la sangre, lenta e inexorablemente, dañan las células de nuestro cuerpo, incluyendo las neuronas.
Es más, según un estudio de la Universidad de Winsconsin, el cerebro puede reaccionar mal a la abundancia de alimento, generando una respuesta autoinmune asociada a problemas cognocitivos propios del Alzheimer.
Altos niveles de glucosa en la sangre también aumentan la presencia de cortisol, una hormona que en grandes cantidades puede afectar la memoria.
En otras palabras, hay que mantener la glucosa ni muy alta ni muy baja (25 gramos circulando por nuestras venas sería un buen promedio), lo que sugiere mantenernos alejados de los postres.
2. Más veces, porciones más pequeñas
El hábito de tres comidas diarias (desayuno, almuerzo y cena) no es muy adecuado para mantener un promedio de glucosa estable de 25 gramos en la sangre.
Algunos investigadores recomiendan comer con más frecuencia, pero porciones más pequeñas, algo que socialmente nos puede traer inconvenientes, pero no es la única alternativa, como veremos a continuación.
3. Come alimentos con bajo índice glicémico
El índice glicémico es un número que te indica cuánto impacto tiene un alimento en los niveles de glucosa de tu sangre. Un pretzel, por ejemplo, lo aumenta rápido (lo que quiere decir que su índice glicémico es alto). Una zanahoria cruda lo hace lentamente. Es decir, su índice glicémico es bajo.
Los alimentos con bajo índice glicémico aportan glucosa de forma más lenta, manteniendo estable el promedio que necesita el cerebro y ademas, saciando el apetito.
Si bien los carbohidratos presentes en la fibras se "queman lentamente", su asimilación puede hacerse más lenta si se combina con grasas o proteínas.
El pan blanco por ejemplo, tiene un alto índice glicémico, pero si lo combina con carne u otra proteína, su curva baja bastante. Y si aumenta un chorrito de aceite de oliva, mejor todavía.
La clave, como siempre, es una dieta equilibrada entre carbohidratos, proteínas y grasas.
4. Discrimina las grasas
No todas las grasas son iguales. Las "grasas trans" o artificiales, propias de la comida chatarra, son las peores. Las grasas saturadas tampoco son buenas. Las grasas no saturadas son las más sanas.
Las cantidades también son importantes. Ratas alimentadas con altas dosis de grasas saturadas terminan con el hipocampo (lugar donde se forma la memoria de corto plazo) lesionado.
Pero ratas alimentadas con pocas grasas, manteniendo su colesterol muy bajo, resultan depresivas, agresivas y antisociales.
Es decir, eliminar las grasas no es una opción saludable tampoco, hay que buscar el equilibrio.
El famoso Omega 3 parece bueno en el tratamiento de ciertos desórdenes mentales como la esquizofrenia. También parece que favorece el desarrollo del cerebro de los niños.
Sin embargo, los estudios también sugieren que los más beneficiosos son las fuentes naturales de Omega 3. Cuando es artificial (en pastillas) no resulta tan efectivo.
5. Conócete a ti mismo
A pesar de las generalidades, cada cerebro responde ligeramente distinto a los alimentos que consumimos. Los extrovertidos, por ejemplo, son más propensos hacer siestas luego de que almuerzan, mientras que los niños y la gente delgada es más propensa a ponerse gruñona cuando les baja la glucosa, a diferencia de los más gorditos.
Los hábitos alimenticios también influyen. Los que comen poco y hacen mucho ejercicio pueden sobre reaccionar ante un suministro bajo de glucosa (es decir, son más sensibles).
Es su tarea descubrir qué dieta funciona mejor para sus hábitos, peculiaridades y cerebro. Buen provecho.
Información de LiveScience. Edición, versión y traducción de Sophimanía
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