En los 55 años que Einstein lleva muerto, muchos científicos han tratado de descubrir qué lo hizo tan inteligente. Pero nadie ha tratado tanto como el patólogo Thomas Harvey, quien perdió su trabajo y su reputación tratando de resolver el enigma del genio de Einstein. Harvey nunca halló la respuesta, pero a través de una curiosa secuencia de eventos, sus actos ayudaron a transformar nuestro entendimiento de cómo trabaja el cerebro.
¿Cómo ocurrió esta peculiar historia que envuelve un genio muerto, su cerebro robado, un científico tramposo y una loca idea que resultó no ser tan loca?
El genio, Einstein, murió el 18 de abril de 1955, en el hospital de Princeton, New Jersey. La ciudad, normalmente tranquila, se vio de pronto invadida por reporteros, científicos notables y gente común con el único deseo de estar cerca de un gran hombre, aunque ya estuviera muerto.
Imagen: Internet / Edición: Sophimanía
Michael Paterniti, un escritor que ha hecho bastante investigación sobre ese día, dice que fue como la muerte de un profeta. Thomas Harvey fue el encargado de realizar la autopsia del genio. Durante el procedimiento le sacó el cerebro para examinarlo, algo considerado de rutina, pero luego, en lugar de volverlo a poner en el cráneo, Harvey lo dejó en un recipiente con formaldeído.
El hecho es, cuenta Paterniti, que Harvey se quedó con el cerebro de Einstein en circunstancias muy sospechosas. El patólogo dijo luego que fue el hijo del sabio quien le dio permiso para quedarse con el cerebro, pero la familia negó luego esta versión.
Esto le costó a Harvey su trabajo y su reputación, ya que fue denunciado por varios de sus colegas. El afrontó la crisis, pero no devolvió el cerebro. Su justificación, sigue contando Paterniti, es que lo hizo por "su sentido del deber para con la ciencia".
"El creía que su papel era preservar el cerebro de Einstein para ponerlo en manos de los mejores neuroanatomistas, quienes deberían averiguar cuál es la clave en la configuración del cerebro de un genio" dice Paterniti.
El escritor pudo hablar con Harvey cuarenta años después, y le preguntó por el cerebro del físico. En el teléfono, Harvey aceptó devolverlo a Evelyn la nieta de Einstein, que vivía en Berkeley, California.
Foto: Vialuxe.com
En esa época Harvey tenía ya más de ochenta años y vivía solo, a pocos kilómetros de Princeton. Paterniti rentó un Buick Skylark y llegó hasta su casa. "Sacó varios maletines -recuerda el escritor- en uno estaba el cerebro de Einstein, metido en un Tupperware".
Pusieron el equipaje en la maletera y comenzaron un viaje que Paterniti relata en su libro: "Manejando con mister Albert", travesía que incluyó una parada en Lawrence para visitar al famoso y controvertido escritor William S. Burroughs, el que años antes había sido vecino de Harvey.
Durante el viaje, Harvey le contó a Paterniti cómo, durante varios años, había tratado de cumplir su "deber para con la ciencia" enviando pedazos del cerebro de Einstein a diversos neurocientíficos.
Uno de los científicos que había pedido muestras del cerebro del genio fue Marian Diamond, de la Universidad de California, en Berkeley. Ella se interesaba por partes provenientes de cuatro áreas del cerebro de Einstein, pero a pesar de que Harvey le había dado su conformidad, no le envió nada hasta tres años después, cuando ella ya había perdido la esperanza. Entonces Diamond abrió su casilla de correo y descubrió un pomo de mayonesa con un pedazo de cerebro dentro.
En ese tiempo, los años ochenta, la mayoría de científicos todavía creía que lo que hacía inteligente al cerebro era la cantidad de neuronas, y para entonces ya se sabía -por otras muestras- que en ese punto el cerebro de Einstein no difería de un cerebro promedio.
Pero Diamont estaba fascinada por otro tipo de célula cerebral, llamada "célula glial" o "celula pegajosa", cuya función -se suponía- era la de mantener compacto y unido el cerebro.
Diamond quería ver si el cerebro del genio tenía más "células pegajosas" que el promedio. Y en efecto, tenía más de estas células, precisamente en áreas relacionadas con la imaginación y el pensamiento complejo.
Fotos: Archivo de el diario El Comercio
El descubrimiento tuvo cierta repercusión en la prensa, pero los científicos realmente no tenían idea qué hacer con él recuerda ahora Doug Fields, un investigador del cerebro que trabaja en el Instituto Estadounidense de la Salud.
Era un hallazgo peculiar e intrigante, pero no se veía relación directa con la inteligencia de Einstein. Proponer algo así en esa época hubiera sido algo "loco" cree Fields.
Entonces, en 1990, el investigador de la Universidad de Stanford, Stephen J. Smith, publicó en la revista Science un artículo que lo cambió todo. Smith sabía que la comunicación neuronal usaba una combinación de impulsos eléctricos y señales químicas, y sospechaba que las "células pegajosas" eran las encargadas de llevarlas de una neurona a otra.
Pero la idea de Smith era todavía más radical: el pensaba que estas células podían incluso retransmitir esas señales químicas a otras áreas distantes del cerebro.
Si Smith tenía razón, significaba que las "células pegajosas", cuyo nombre científico es astrocitos, tenían un papel importante en el aprendizaje, la memoria y eventualmente la genialidad. El puso a prueba su idea en ratones.
Comenzó poniendo astrocitos de ratón en un microscopio. Lucían -cuenta- como estrellas en una noche despejada y sin Luna. Usando glutamato, un neurotransmisor, comprobó que estas células podían pasarse los mensajes químicos, que -de hecho- se comunicaban.
El hallazgo del papel de los astrocitos en la mecánica de la mente abrió toda una nueva perspectiva desde la cual estudiar el cerebro, una auténtica revolución neurocientífica que todavía se mantiene hoy, tras décadas de investigaciones.
"Ahora -dice Fields- sabemos la importancia de los astrocitos en muchos procesos cognitivos, por lo que ahora no es "loco" pensar que una cantidad mayor de estas células en ciertas zonas del cerebro ayudaran a Einstein a desarrollar sus habilidades matemáticas y de imaginación".
Harvey murió el 2007, sin tener una conciencia clara de estos hallazgos. Pero los que lo conocieron no tienen duda de que habría estado orgulloso y satisfecho de ellos, y del papel que él mismo asumió en la línea de eventos que llevaron a esos descubrimientos.
Pero volvamos al viaje de Paterniti, Harvey el cerebro de Einstein. Cuando el 'trío' llegó a Berkeley, Evelyn, la nieta del físico, no quiso recibir el Tupperware con lo que quedaba del cerebro de su abuelo, por lo que dieron media vuelta y lo regresaron al departamento de patología de la Universidad de Princeton, donde permanece hasta hoy.
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Información de NPR. Versión, edición y traducción de Sophimanía
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