lunes, 8 de marzo de 2010

A propósito del Día Internacional de la Mujer


Imagen: Pablo Picasso

Los hombres estamos destinados a amar lo que en esencia no podemos entender: las mujeres. No en el plano caricaturesco tan común, bobo y superficial de "las mujeres están locas" y "los hombres somos simios" sino en un sentido mucho más ancestral, complejo y misterioso, donde lo doloroso y lo placentero conviven íntimamente, donde la ternura puede no ser tierna siempre y donde el te odio está tan cerca a un profundo y auténtico te amo.

Y no solo en el plano de las relaciones de pareja (tan estupidizadas hoy por los medios y los mitos comerciales), también (y acaso sobre todo) en las relaciones madres - hijos; padres - hijas; hermanos - hermanas; amigos - amigas.

Y aunque a mí me defina y me enorgullezca ser hombre y morir todos los días en el intento de sentirme a la altura de mis retos, debo reconocer que nada de eso tendría sentido fuera de un cauce definido por lo femenino, por la fertilidad (en sentido amplio), por el compañerismo, por el humor, por el sexo, por -en última instancia- una complementariedad que a la vez que nos seduce, nos angustia y nos impele a levantarnos por las mañanas y nos deja caer exaustos por las noches.

Aunque ser mujer sea un misterio del que por siempre seremos excluidos (o quizás por eso), nada hay en la vida de un hombre más importante que el universo femenino; y el que diga lo contrario todavía tiene pendiente la tarea de entender y asumir su propia naturaleza.

Y claro, en ese cauce femenino algunas mujeres resaltan en su capacidad de definir su universo entero. ¿Es una carga para ellas? Seguro que sí, pero alada. Y aunque "volar" sea tremendamente demandante en términos existenciales y físicos, también es cierto que es la satisfacción suprema, para la que vuela como para quien admira -encadenado a tierra por la testosterona- sus (r)evoluciones, unas claras, otras oscuras, pero todas señalando posibilidades, destinos, rumbos.

A esas mujeres agradezco especialmente darme la posibilidad de entender y sentir que ser hombre tiene sentido, a esas mujeres para nada perfectas, pero sí con esa capacidad mágica de crear la vida y sus posibilidades de bienestar y felicidad incluso donde no hay más que océanos de rocas o desiertos de granos de problemas; seres que pueden, con el fuego de sus palabras y la fuerza de sus actos; o con la simple delicadeza de una mirada, del olor de un cabello, de un gesto de la mano o del arco del pie, provocar revoluciones completas y complejas en el alma simple -pero cálida- de algunos hombres, ya sean hijos, maridos, amantes, enamorados, amigos o simples testigos afortunados del misterio de lo femenino.

¡Feliz día..! O mejor: ¡Feliz vida!

Pablo Vásquez para Sophimanía

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