Darius Sinha en su cuna - laboratorio. Fuente: NY Times
Cuando el doctor Sinha, neurocirujano del MIT, se enteró que iba a ser padre, se puso muy feliz. No solo porque la paternidad era un anhelado deseo de él y su esposa, también porque al fin tendría un sujeto con el que hacer experimentos científicos.
Así, cuando el pequeño Darius nació, comenzó a llevar una camarita de video sobre la frente para que quedara registro de cuáles eran las cosas que llamaban su atención.
¿El doctor Sinha es un científico loco? No. El pertenece a una nueva generación de investigadores que usan a sus niños como sujetos de estudio.
Esto no es algo nuevo en la ciencia, pero solo hasta hoy existía la tecnología que hiciera posible -a costos razonables- el recojo de nuevos y más detallados datos.
La convivencia padres e hijos también permite que la investigación sea más profunda.
Deborah Linebarger, psicóloga de la Universidad de Pensilvania, usa a sus cuatro hijos para medir el impacto de los medios de comunicación.
Arthur Toga, profesor de neurología de la Universidad de California, usa a sus tres hijos para estudiar el desarrollo del cerebro, usando resonancia magnética.
Stephen M. Camarata de la Facultad de medicina de Vanderbilt usa a sus siete hijos para estudiar problemas de habla y aprendizaje.
Gabe Deak, sujeto de estudio de Gedeon Deak, acepta de buen grado el gorro
que le hace electroencefalogramas. Fuente: NY Times
Deb Roy, del MIT, puso once camcorders y 14 micrófonos por toda su casa para grabar el 70 por ciento de las actividades de su hijo durante sus primeros tres años (unas 250 mil horas de audio y video), para tratar de entender cómo se generaba el lenguaje, proyecto que llama "Speechome".
Si bien podemos considerar estos estudios como "benignos" o por lo menos no "abiertamente peligrosos", hay dudas éticas al respecto: ¿Cómo afecta esto a las relaciones padres e hijos?; ¿Cómo es posible que los padres sean objetivos respecto de los datos que consiguen de sus propios niños?
Para Robert M. Nelson, del Hospital de Filadelfia, la cosa es seria: "El deber de los padres es proteger a sus hijos. En el momento en que además son investigadores, se van a crear conflictos de intereses y la relación entre ambos -padres e hijos- se afectará de maneras que hoy no podemos prever, cuando usted decide además de ser padre, ser investigador, puede cometer ciertas injusticias".
En el pasado Jonas Salk probó en sus niños la vacuna contra la poliomelitis y Clarence Leuba prohibió que les hicieran cosquillas a sus hijos, salvo cuando él lo hacía usando una máscara que ocultara su expresión.
Por eso algunos científicos opinan que sus colegas/padres pidan autorización de comités examinadores antes de convertir a sus propios hijos en sujetos de estudio.
Algunos le reclamaron al doctor Toga que someta a sus hijos a las incomodidades de los exámenes de resonancia magnética, a lo que él respondió: "Nadie ama a mis hijos más que yo. Nunca haría algo que los ponga en peligro".
Para otros, depende de la naturaleza del estudio. Si se trata de observarlos y hacerles preguntas, estaría bien, pero si se trata de probar fármacos, obviamente no.
Otro problema es evaluar los resultados que se obtienen de estos estudios. Para algunos científicos es vital que los investigadores revelen si los sujetos de estudios han sido sus propios hijos o no, ya que eso crea sesgos.
Lo que le pasó al doctor Linebarger es revelador: Alex, su hijo de cinco años, les dijo a sus padres que creía que no lo escuchaban y que a veces se sentía solo, tras lo cual cambiaron algunos parámetros del estudio.
El doctor Roy, que graba todo en video y audio, ha tenido que redactar acuerdos de confidencialidad para que firmen todos aquellos que desean ver las grabaciones de su hijo, ya que hay aspectos que luego podrían avergonzar al pequeño.
Otro tema son los sesgos con que los padres - investigadores evalúan los resultados, ya que es innegable que existe el deseo natural de que los niños "den las respuestas correctas", algo que los propios niños pueden querer hacer al notar ciertas expectativas de sus padres, expectativas que los hijos naturalmente se empeñan en cumplir.
Otro aspecto problemático es que los padres/investigadores tienen una cantidad de información inusualmente alta de sus propios hijos. Esto, sumado a sus conocimientos de diversas áreas, los hace a veces angustiarse con hipótesis de enfermedades, como la doctora Karen Dobkins, que pensó que uno de sus hijos sufría autismo, preocupación que luego resultó infundada.
Los científicos tienen hijos como todo el mundo, y es normal que sus observaciones y relaciones con ellos reflejen su mentalidad científica. Pero de ahí a usarlos como sujetos de estudios válidos hay un salto que éticamente no está claro todavía.
Información de New York Times. Edición, versión y traducción de Sophimanía
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