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Eduard Büsching envió a Einstein una copia de su libro "No hay dios" en 1929. Einstein respondió "Los seguidores de Spinoza vemos a nuestro dios en el maravilloso orden y las leyes de todo lo que existe".
La visión de Einstein de un universo como un todo ordenado y armónico condicionó su aceptación de la mecánica cuántica, a pesar de las evidencias experimentales.
Años después, Carl Sagan no pudo sustraerse a la visión del universo como un todo ordenado y armónico. En su famosa serie de televisión afirmó: "El cosmos está lleno de verdades elegantes; de interrelaciones exquisitas; de la sobrecogedora maquinaria de la naturaleza". La misma idea de Einstein, en términos no tan explícitos.
¿Pero existen realmente ese orden y esa armonía? ¿Existe esa maquinaria universal que les habla de un relojero a los seguidores del diseño inteligente?
Carl Sagan, uno de los mayores y mejores divulgadores científicos contemporáneos.
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A continuación vamos a explorar algunos aspectos que pondrán en evidencia que, científicamente hablando, no tenemos base para atribuir al universo, más allá de toda duda razonable, un orden y una armonía. Fundamentalmente porque no sabemos cómo es en sí, fuera de los experimentos y de cómo lo percibimos.
La mecánica cuántica se fundó sobre la existencia de la dualidad onda-corpúsculo de la luz y la materia. ¿Pero cómo podemos concebir que una partícula tenga las propiedades de una onda? ¿Y cómo podemos imaginar una onda que tiene las propiedades de una partícula?
En 1927, Niels Bohr se dio cuenta de que la clave para poder tener un discurso cuántico consistente estaba en la palabra "simultáneamente". Se dio cuenta de que nuestros modelos de la materia y de la luz se basan en su comportamiento durante los experimentos que se realizan en los laboratorios. En algunos de esos experimentos se comportan como partículas y en otros como ondas. Pero la luz y los electrones nunca se comportan simultáneamente como partículas u ondas. En cada experimento específico se comportan o como partículas o como ondas.
Esto sugirió a Bohr que las descripciones corpuscular y ondulatoria de la luz y la materia son necesarias si bien lógicamente incompatibles entre sí. Deben ser consideradas complementarias entre sí, como si fueran dos caras de la misma moneda. De aquí que Bohr formulase lo que se conoce como Principio de Complementariedad: Los modelos corpuscular y ondulatorio son ambos necesarios para una descripción completa de la materia y de la radiación electromagnética; dado que estos modelos son mutuamente excluyentes, no pueden usarse simultáneamente; cada experimento selecciona una descripción u otra como la apropiada para el mismo.
Niels Bohr, el "Einstein" de lo infinitamente pequeño. Foto: Wikipedia
Al aceptar la dualidad onda-corpúsculo como un hecho de la naturaleza, Bohr estaba diciendo que la luz y los electrones presentan potencialmente las propiedades tanto de partículas como de ondas, hasta que se les observa, momento en el que se comportan como si fuesen una u otra, dependiendo del experimento y de la elección del experimentador.
Esta afirmación tiene implicaciones muy profundas, ya que significa que lo que observamos en nuestros experimentos no es la naturaleza como realmente es cuando no la observamos. De hecho, la naturaleza no favorece un modelo en concreto cuando no la observamos; más bien, es una mezcla de las muchas posibilidades que tiene. Al montar un experimento, seleccionamos el modelo que exhibirá la naturaleza, y nosotros decidimos si los fotones o los electrones se van a comportar: como partículas o como ondas.
Según Bohr, el experimentador se convierte en parte del experimento, por lo que nunca podemos observar todos sus aspectos como realmente son, sólo podemos conocer la parte de la naturaleza que se manifiesta en nuestros experimentos.
La consecuencia de este hecho es el principio de incertidumbre, que establece una limitación cuantitativa sobre lo que podemos aprender de la naturaleza en una interacción dada; y la consecuencia de esta limitación es que debemos aceptar la interpretación probabilística de los procesos cuánticos individuales. De aquí el nombre de principio de indeterminación que recibe a veces el principio de incertidumbre. Mientras la mecánica cuántica siga siendo válida, no hay forma de evitar estas limitaciones sobre lo que podemos conocer.
¿La belleza natural, otra categoría que está más en la mente? Foto: Decoraestilo.com
El principio de complementariedad y sus consecuencias epistemológicas están, por tanto, en contradicción directa con la visión del universo como un todo ordenado y armónico, sometido a leyes inmutables, independiente de nuestras observaciones (empirismo filosófico).
¿Cómo es posible que Einstein, Sagan y otros caigan en la falacia de pensar que hay un orden en el cosmos? ¿Por qué, a pesar de conocer la mecánica cuántica seguían pensado que el universo es ordenado? La respuesta está en las propiedades de la información y en las limitaciones de nuestro cerebro.
Todos sabemos que la información es costosa de conseguir, almacenar, manipular y recuperar. Por consiguiente nuestro cerebro, inmerso en un entorno con infinidad de datos, debe seleccionar cuáles eleva a nivel consciente, cuáles almacena, cómo los almacena y cómo accede a ellos.
Para poder manejar la enorme cantidad de información necesaria para la supervivencia nuestro cerebro se ve obligado a recurrir a un truco: lo mismo que tú haces en tu computadora: compactar archivos; en el caso del cerebro 'compactar archivos' se llama 'crear historias'.
Einstein tenía problemas con las bases de la mecánica cuántica. Foto: Internet
Imaginemos que nos dan una hoja de papel con 500 palabras al azar y nos piden que las memoricemos. A primera vista parece una tarea imposible. Sin embargo, si esas quinientas palabras estuviesen ordenadas formando un texto que cuenta una historia, lo podríamos memorizar con cierta facilidad. Cuanto más aleatoria es la información, más difícil es de resumir, más difícil es encontrar pautas y reglas y, para nuestros cerebros es más difícil y costosa de almacenar, manipular y recuperar.
Por tanto, nuestro cerebro reduce los datos que recibe, y su aleatoriedad, eliminando los que considera superfluos, reordenando y sometiéndolos a reglas (nemotécnicas), aumentando el orden artificialmente.
Por tanto, cuanto más resumimos, más orden incorporamos y menor es la aleatoriedad. Los mismos condicionantes que nos hacen simplificar son los que nos empujan a pensar que el universo es menos aleatorio de lo que en realidad es.
Nosotros no vemos el universo como es, no podemos, vemos el resumen del resumen, ordenado por nuestro cerebro; y como encontramos que este resumen tiene orden, no lo atribuimos al resumidor sino a la fuente de los datos, al universo.
No es una foto tomada por el Hubble, es un fractal. Imagen: Tcdesign.net
Los mitos, las religiones y algunas corrientes filosóficas no son más que expresiones de este orden impuesto por las limitaciones de nuestro cerebro para hacer comprensible el mundo que nos rodea. El corolario es que existen tantos órdenes cósmicos como personas, pues no hay dos que crean exactamente lo mismo.
Un segundo corolario es que nuestros desequilibrios mentales modifican nuestra visión del orden del mundo. Así, muchos desórdenes psicológicos incluyen entre sus síntomas la sensación de haber perdido el control sobre las cosas, de ser incapaz de encontrar un sentido al mundo.
En el otro extremo una inyección de L-dopa, una sustancia que se usa en el tratamiento del Parkinson, un precursor del neurotransmisor dopamina, disminuye el escepticismo y aumenta la capacidad de encontrar pautas: la persona se vuelve vulnerable a pseudociencias como la astrología, el tarot, la numerología, y supersticiones de todo tipo. Las personas con niveles altos de dopamina también corren el riesgo de volverse adictas a los juegos de azar, como la ruleta, porque perciben claramente pautas en las sucesiones de números aleatorios.
La persona que consume LSD sabe que alterar la concentración de determinadas sustancias en el cerebro le permitirá contemplar el universo en otro orden que el habitual, incluso podrá percibir el universo como carente de tiempo.
Spinoza, un adelantado a su tiempo. Imagen: Wehaitians.com
En el siglo XVII Spinoza se adelantó 300 años a la neurociencia actual al escribir:
"Y como aquellos que no entienden la naturaleza de las cosas nada afirman realmente acerca de ellas, sino que sólo se las imaginan, y confunden la imaginación con el entendimiento, creen por ello firmemente que en las cosas hay un Orden, ignorantes como son de la naturaleza de las cosas y de la suya propia. Pues decimos que están bien ordenadas cuando están dispuestas de tal manera que, al representárnoslas por medio de los sentidos, podemos imaginarlas fácilmente y, por consiguiente, recordarlas con facilidad; y, si no es así, decimos que están mal ordenadas o que son confusas. Y puesto que las cosas que más nos agradan son las que podemos imaginar fácilmente, los hombres prefieren, por ello, el orden a la confusión, como si, en la naturaleza, el orden fuese algo independiente de nuestra imaginación".
Einstein consideraba a Spinoza como su 'filósofo de cabecera', pero no parece haberlo leído con demasiado detenimiento.
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Artículo de César Tome López para Amazings.es. Resumen de Sophimanía
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