Foto: Rlv.zcache
Platón postuló que la gente yerra o delinque por ignorancia. En su visión, la verdad nos somete y los sabios están obligados a actuar racional y honestamente, como él mismo hacía. Pero la historia ha desmentido esa hermosa propuesta. La gente ignorante ciertamente se equivoca, pero la educada también yerra y delinque, exquisitamente incluso.
En su libro "¿Por qué creemos en cosas raras?" (editorial Alba) el fundador de la Skeptic Society y escéptico profesional Michael Shermer se hace la misma pregunta. En pleno siglo 21, con la aparente supremacía del método y el conocimiento científico y la diaria comprobación de su poder y su eficacia, la mayoría de personas sigue dándole algún crédito (y muchas veces botando su dinero) a la astrología, a la quiromancia, la numerología, a las lecturas de cartas, a los baños de florecimiento, a las historias de platillos voladores, al I Ching, al "destino" o el poder sanador de los buenos deseos, los mantras, el Feng Shui, la imposición de manos, o los "cristales", etc, etc.
El número 1111 por ejemplo (y sus variantes), que por "coincidencia" es el número de este post de Sophimanía, está rodeado de un sinfín de disparatas leyendas que lo toman como un "mensaje" de supuestos seres espirituales, o advertencias místicas, o como un punto de partida para un "viaje espiritual" o un portal a otras dimensiones u otros "estados de conciencia".
Uno de los miles de videos de YouTube con el tema de la "espiritualidad del 1111".
Video: Pastelmoon
No hay que ser especialmente inteligente ni culto para darse cuenta que tales afirmaciones (muy populares en la Internet) no tienen fundamento. Nuestra mente, por una simple cuestión de supervivencia, tras millones de años de evolución se ha hecho hábil para hallar y adjudicar sentidos y patrones en lo que nos rodea. Basta un parecido o una coincidencia (de espacio o de tiempo) para que nuestra poderosa mente se ponga a trabajar creando alguna conexión, real o imaginaria.
Esa capacidad, que nos ha permitido sobrevivir por miles de años y desarrollar una cultura donde la ciencia tiene hoy un rol fundamental, es también la que usamos para -sin importar nuestra formación, cultura o experiencia- autoengañarnos y ver "fantasmas" o platillos voladores o vírgenes en manchas de humedad o mensajes espirituales donde no hay más que hechos fortuitos e inconexos.
Imagen: Backstreetmerch
Los autoengaños son arenas movedizas que tragan mentes. Una vez que, por ejemplo, caemos en la trampa de "creer" que tras el 11:11 (o la leyenda que sea) puede existir "algo inexplicable", algo que nos puede advertir o traer un bien o un mal, nuestra mente crea un sesgo interpretativo que termina reafirmando el error inicial.
¿El resultado? Un círculo vicioso en el que sentimos que el 1111 (o el mito que fuera) nos va rodeando y proliferando cada vez más, atormentando nuestra conciencia a cada hora. En realidad lo que hace la mente es estar alerta para notar y recordar el 1111, olvidando todas aquellas veces en que nos topamos con otros números.
Un simple sesgo, como el que ocurría cuando jugábamos a contar Volkswagens en los paseos familiares de domingo, pero del que se valen charlatanes de todo calibre y entraña para robarnos nuestro tiempo y dinero vendiéndonos pócimas, "consejos", amuletos, "hechizos", libracos o cartas astrales.
Hace unos días en Huancayo el patrón al azar en la corteza de un árbol fue
interpretado por los humildes pobladores de la zona como la figura de la virgen
María, por lo que fueron a rendirle tributo y rezarle. Un autoengaño común,
pero poderoso, sobre todo cuando las autoridades religiosas no lo desmienten
con la debida firmeza. Imagen: Frecuencia Latina
¿Es importante autoengañarnos con ese tipo de creencias para tener la oportunidad de ser felices? Yo soy de los que creen que no. Prefiero un millón de veces el riesgo del desengaño que nos puede traer la verdad a la felicidad aparente del autoengaño complaciente. Y Sophimanía es una apuesta en ese sentido.
"La verdad", por supuesto, es una construcción social dinámica, no una relevación absoluta e inmutable. Pero los humanos hemos podido desarrollar -con un esfuerzo de siglos y al costo de muchas vidas- ciertas estrategias para acercarnos a ella de la manera más confiable posible.
Imagen: YouTube
Algunos lo llaman pensamiento crítico, otros escepticismo metodológico, otros método científico, pero es tan simple como hacerse el hábito de tomarse unos segundos para evaluar y poner en duda aquello que alguien nos propone como una certeza probable. ¿De verdad puede ser cierto que "fuerzas ocultas y místicas" estén llamando nuestra atención sobre los 1111 del mundo?
¿No es más simple -y por lo tanto mucho más probable- que se trate simplemente de una leyenda alimentada por el hecho evidente de que todos los relojes del mundo marcan una o dos veces al día las 11:11? ¿Que el 1 es en nuestra cultura un número importante? ¿Que nuestros cerebros están programados genéticamente para atender repeticiones simétricas como el 1111?
Algunos amigos me dicen que prefieren la complacencia y calidez del autoengaño a la "frialdad" de la ciencia y su falta de "misterio". Pero creo que se equivocan. Nada más frío y carente de significado que la mentira, por más esbelta y atractiva que se nos presente. Según lo siento yo, los conocimientos, desafíos, misterios y posibilidades que la ciencia trae a nuestras vidas son mucho más fascinantes y conmovedores que cualquier experiencia o creencia "mística".
¿Qué más "místico" y "trascendental" (y humilde y misterioso y emocionante y preciso) que sabernos rayos de luz solidificados momentánea y precariamente, con la capacidad fugaz -improbable pero real- de saber, sentir, compartir y conocer un cacho de la inmensidad de la que formamos parte? ¿Qué mayor desafío ético y moral que entender que -en ese instante que es nuestra vida frente a la inmensidad del tiempo cósmico- tenemos sin embargo la posibilidad de construir nuestro destino personal y como especie?
Pablo Vásquez para Sophimanía (publicado a las 12:12)
1 comentario:
Ja,ja,ja...publicado a las 12:12, qué buena!
Pero al margen de la broma, como Editora General, y parte integrante de Sophimania, me permito discrepar con un matiz de tu impecable y honesto post.
Y es que en mi caso no soy tan drástica en juzgar a quienes de manera consciente o inconsciente quieren o deciden querer creer en alguna de estas leyendas (vírgenes en el árbol, dios, 1111 etc.).
Considero que:
En primer lugar, no todos tenemos el mismo desarrollo de conciencia.
En segundo lugar, que no todos están listos o preparados para aceptar vivir en el desarraigo existencial que puede implicar dejar de creer en dios o en algo sin sustento científico.
En tercer lugar, y esta se deriva de la anterior, hay a quienes les es muy útil creer en esas leyendes pues eliminarlas o cuestionarlas podría resultarles inmanejable por el probable desasosiego que esto les generaría.
En cuarto lugar, si creer en esas leyendas les significa un beneficio espiritual, si les brinda un soporte emoional, una suerte de tranquilidad o estabilidad, entonces hay que considerar que quizás es mayor beneficio para ellos tener esas creencias que dejarlas de lado, cuestionarlas o sustituirlas.
Pero también creo que es insidispensable que aquellas personas puedan tener acceso a los otros puntos de vista. Que hay una responsabilidad compartida entre quienes tenemos acceso a información científica o crítica que nos obliga a acercárcelas a quienes no la tienen para que puedan considerarla y decidir si comparada con su creencia, optarán por investigar más, dudar, cambiarla, o de lo contrario, reafirmarlas.
Y para eso estamos aquí en Sophimanía, al pie del cañón y con todo cariño y humildad para compartir nuestras creencias y el pensamiento crítico y científico.
nueve y diecinueve de abril nueve ;)
Claudia Cisneros
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