A diferencia de los adultos, los niños no pueden comprender cómo la injusticia
puede ser entendida como "parte del mundo". Foto: Halloweenmart
El profesor Philip Zimbardo se hizo conocido por su "Experimento de la prisión de Stanford": una cárcel simulada en la que grupos de estudiantes asumían roles de guardias y prisioneros. Lo que se demostró fue que cualquiera es capaz de cometer atrocidades. Pero durante los últimos años se ha dedicado a tratar de entender por qué una persona común se involucra en actos de heroísmo.
Su conclusión es que no existe una naturaleza heroica, sino que todos somos héroes en potencia. El problema es que el contexto no nos ofrece la posibilidad de ponerlo en práctica.
Explica que si bien es positivo enseñar a los niños a respetar las normas, pues están ahí para protegerlos, no es tan beneficioso que se les eduque en la obediencia total. Según Zimbardo, lo más importante es que los niños aprendan a discriminar cuándo una norma debe respetarse y cuándo no.
El experimento de la prisión permitió a Zimbardo darse cuenta de que así como somos capaces de actuar con extrema crueldad, también somos capaces de arriesgar nuestra seguridad para defender lo que creemos justo. Esto último es particularmente válido para los niños, porque les cuesta comprender que la injusticia es parte de la vida.
En Estados Unidos ya se trabaja en la idea de que lo que el mundo necesita son héroes cotidianos. Matt Langdon es el sicólogo que creó la "Compañía de Construcción de Héroes", un programa escolar que promueve que lo opuesto del heroísmo no es la crueldad, sino la indiferencia.
Luego viene lo más importante y lo más difícil para los padres: enseñarles a los niños que romper las reglas con las que no están de acuerdo está bien. Siguiendo la tesis de Zimbardo, actuamos de acuerdo con lo que los demás esperan de nosotros, por lo que es fundamental que los niños sepan que lo que se quiere de ellos no es que sean los más correctos de la clase, sino que actúen de acuerdo con las convicciones que los padres les han inculcado. Basta pensar en cuántas veces las reglas sociales dictan que hay que tratar con crueldad al nerd para entender que hay reglas que no tienen que ser parte de los valores de nadie.
Al romper las reglas y alzar la voz en contra de las convenciones sociales, los niños se dan cuenta de que cambiar las circunstancias está en sus manos. Y en esto, es clave enseñarles que tienen el poder para resolver los problemas.
Christine Carter es sicóloga de la U. de Berkeley y se ha dedicado a estudiar cómo hacer niños más felices: "Hay que dejar de creer que el conflicto es algo malo, pues sólo se transforma en algo negativo si no tenemos la capacidad de resolverlo. Hay que lograr que los niños tengan confianza en sus habilidades interpersonales al punto de hacer las cosas bien sin necesidad de capas, espadas o adultos".
Todo esto es parte del fortalecimiento de la "imaginación heroica", un concepto que tiene que ver con intentar ver el mundo tal como lo haría un héroe. Para empezar, los héroes distinguen aquello que no está bien y son capaces de leer las claves que sugieren que alguien podría estar en problemas.
Por ejemplo, un niño que tenga desarrollada la inteligencia emocional puede predecir cuándo un compañero está en riesgo de ser humillado y prevenirlo, sin arriesgar su propia integridad.
En contra lo que se piensa, los niños no se pondrían en riesgo innecesariamente, creyendo ser superhéroes. Cuando visita los colegios y les pregunta por sus héroes, responden que son sus padres o abuelos, no personajes de cómic. Ellos entienden perfectamente la diferencia entre la ficción y la realidad, dice Langdon.
Información de LaTercera. Resumen de Sophimanía
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