Una antigüa frase dice: "Si fueran los hombres los que se embarazaran,
hace mucho tiempo que el aborto sería legal". Foto: Internet
Diariamente millones de médicos extirpan órganos, miembros, tumores y un sinfín de tejidos que, por una u otra razón, es necesario remover para que algunas personas recuperen su salud o no aminoren su calidad de vida.
Son tejidos con células y ADN humanos. Mientras fueron parte de sus cuerpos respiraron y contribuyeron a su felicidad, a su identidad, los asumieron y defendieron como inalienables, fueron sujeto de derecho e incluso recibieron amor de otras personas.
Y no está lejano el día en que la medicina pueda, con una sola de esas células, crear un clon que nacería, crecería, aprendería y amaría como cualquiera de nosotros.
En debate la capacidad de decidir individualmente y como sociedad. Foto: FloraTristán
A pesar de su humanidad y sus potencialidades, una vez extirpados esos tejidos son desechados sin culpas ni prohibiciones. Ningún grupo sale a reclamar "cristiana sepultura" para una muela extraída. Nadie pide que sea preservada para el día en que la medicina pueda volverla a implantar.
Ningún sacerdote le pide a un paciente que no se ampute una gangrena o que no se extraiga un tumor apelando a que se trata de tejidos vivos con ADN humano ni le exigen al paciente que se resigne a morir o vivir con una mengua en sus capacidades físicas y mentales en aras del derecho inalienable de sus tejidos a seguir unidos a su cuerpo.
Pero sí hay un tejido que para algunas personas merece un tratamiento distinto: el tejido embrionario. Como un tumor, este tejido tiene ADN humano. Como un tumor, no forma parte de los sistemas vitales de nuestro cuerpo; se implanta a la fuerza y con una agenda propia: alimentarse, crecer y desarrollarse, aun si eso le cuesta la vida o la salud al anfitrión.
La realidad de las cifras estadísticas. Imagen: Demus
Cuando el anfitrión ha buscado con ilusión y amor ese escenario, se llama a sí mismo "madre" y al tejido embrionario "hijo" o "bebe". ¿Pero qué pasa cuando el tejido embrionario es consecuencia de una violación o de la ignorancia o el descuido? ¿Qué pasa si la persona que lo hospeda tiene doce años y no está preparada física, ni sicológica ni económicamente para sustentarlo? ¿Está obligada moralmente a llamarse a sí misma "madre" y al tejido embrionario "hijo"?
En los primates, la concepción, gestación y alumbramiento prácticamente no ha cambiado en millones de años. Lo que sí ha cambiado son los sentidos y valores que social y culturalmente le asignamos a ese proceso.
Si bien el imperativo genético continúa siendo "reproducir a la especie", otras consideraciones igualmente importantes han entrado a tallar en la vida moderna. Hoy la maternidad no agota el horizonte aspiracional de la mujer ni la paternidad el del hombre. Hoy el sexo es más una actividad recreativa que reproductiva. Hoy la familia urbana con diez hijos no es económicamente viable. Hoy la religión y el estado han sido separados en ámbitos distintos. Hoy la medicina -bien practicada- puede interrumpir un embarazo de forma segura, económica y confiable.
Excelente video español sobre esta problemática (míralo hasta el final). Video: REF
La afirmación de que el tejido embrionario tiene un alma inmortal creada por dios es un dogma de fé religioso sin comprobación científica posible, y como tal escapa al mundo del derecho laico que rige al estado moderno. Los cristianos practicantes, ciertamente, no deberían abortar puesto que así traicionan los principios de su fe, defendidos y difundidos por sus autoridades reconocidas: sacerdotes, obispos y papas.
Pero los ciudadanos libres y de pleno derecho de un estado laico no se rigen por dogmas de fe ordenados desde el atrio de una catedral, se rigen por normas y leyes acordadas intersubjetivamente en el marco de la historia, filosofía y desarrollo del derecho positivo. Aquí la pregunta no es sobre el alma inmortal, la pregunta es: ¿Cuándo el tejido embrionario se convierte en un ser sujeto a derecho?
A la luz de diversos conocimientos médicos y científicos, la mayor parte de países del primer mundo (y algunos del segundo e incluso del tercero) han establecido una frontera legal que llega hasta las diez, doce y hasta veinte semanas de gestación, dependiendo de las causas del embarazo, para reconocer estos derechos y permitir -o no- el aborto.
Aunque la apariencia antropomorfa del tejido embrionario y la enorme carga afectiva, hormonal, simbólica, cultural y emocional que tienen la maternidad y la transmisión de la vida haga muy difícil ver el problema con claridad, la verdad es que la decisión sobre la despenalización del aborto nace de un acuerdo intersubjetivo y abierto a debate.
Quienes apelando a dogmas de fe religiosa gritan "asesinos" o "Herodes" a los que abogan por la despenalización del aborto tratan de oscurecer el debate bajo la sombra culposa de la religión, algo simplemente inaceptable en un estado de derecho moderno.
Aquí las consideraciones para el debate deberían ser el bienestar común y los derechos que tenemos para decidir lo que queremos hacer con nuestro cuerpo y nuestra vida, en especial en situaciones con consecuencias radicales y profundas como es un embarazo no deseado.
En el Perú se estima que cada minuto y medio (o menos) ocurre un aborto clandestino, mayormente de una mujer joven y pobre, a manos de un "abortero" sin conocimientos, condiciones, ni instrumental apropiado, lo que generalmente provoca complicaciones que terminan en esterilidad, trauma o muerte de la embarazada.
Están muy equivocados los que dan la espalda a esta horrorosa situación y -apelando a dogmas religiosos de origen medieval- asumen que el tejido embrionario tiene derechos inalienables equiparables al de la persona que lo alberga.
Ellos, que no dudan en acusar de "asesinos" o de "Herodes" a quienes abogan por la despenelización del aborto, son los verdaderos cómplices de asesinato de los aborteros, esos oscuros personajes que lucran con la desesperación ajena amparados en la impunidad que les da vivir en una sociedad que practica, con el mismo hipócrita afán, la religión y el aborto clandestino.
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Pablo Vásquez para Sophimanía
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