Despegue del Saturno V llevando la misión Apolo 11 al especio. Foto: NASA
Cualquiera de las fotos que acompaña esta nota tiene cientos de veces más datos que los computadores de la nave Apolo 11, que tenían 72K de memoria ROM. Aun así, el próximo 20 se cumplirán 40 años de la llegada del ser humano a la Luna a bordo del Apolo 11. A los astronautas Armstrong, Collins y Aldrin se les consideró los "Cristóbal Colón" del siglo XX, todos ellos se lanzaron a la aventura con mínima información, comparada con la que hoy lleva encima cualquier persona.
El "Aguila" vuela sola, desprendida del módulo de comando. Foto: NASA
Las célebres palabras de Armstrong: "Este es pequeño paso para el hombre, pero un gran paso a la humanidad" marcaron un antes y un después en la historia de nuestra especie. ¿Qué herencia recibimos de esa aventura?
Siempre que se habla de los beneficios prácticos de la exploración espacial se ponen como ejemplo materiales como el velcro y el teflón, pero es una leyenda urbana más. Ninguno de los dos materiales se inventaron para atender a necesidades del viaje a la Luna, aunque sí es cierto que la NASA hizo -y sigue haciendo- uso intensivo de ambos.
Un recuerdo que hoy compartimos muchos que en 1969 éramos niños. Foto: Wikipedia
Los verdaderos beneficios de los programas espaciales son mucho más sutiles: enormes avances en comunicaciones, telemetría, miniaturización electrónica y técnicas criogénicas, por citar algunos.
Cuando la NASA empezó su plan para poner hombres en el espacio, las comunicaciones globales eran casi una utopía, limitadas al servicio que pudieran prestar los pocos cables submarinos existentes. Era una época en que la máxima inmediatez la ofrecían los teletipos, en los que las noticias urgentes se anunciaban con repetidos timbrazos.
La huella de Buzz Aldrin en la Luna, un privilegio reservado a muy pocos,
pero cuyos logros nos alcanzan a todos. Foto: NASA
Hubo que poner a punto una red de comunicaciones de alcance mundial que permitiese estar en contacto con astronautas primero a 200 kilómetros de altura y después a 400.000.
No sólo se utilizaron estaciones terrestres, también buques anclados en las zonas en las que no podía obtenerse cobertura por otros medios. Las antenas que siguieron el desembarco en la Luna -en California, Australia y Madrid- siguen trabajando hoy en día. Las comunicaciones con la Luna, incluidas las imágenes de televisión que llegaron desde allí eran en formato analógico, el único disponible en la época. Pero para otras misiones -concretamente, los Mariner a Marte- ya se estaban experimentando técnicas digitales. De alguna forma, nuestras cámaras fotográficas y de video trazan su origen a los programas espaciales.
Centro espacial Kennedy en julio de 1969. Foto: NASA
Las naves lunares llevaban a bordo un par de computadoras de navegación. Comparados con las actuales PC resultan penosamente primitivos: apenas 4 Kbytes de memoria RAM (no megas ni gigas) y 72 Kbytes de ROM.
Las computadoras no tenían pantalla; tan sólo un display como el de una calculadora y un teclado de 19 teclas. Más o menos como un celular desechable. Tampoco utilizaban disquetes (no existían) ni, menos aún, disco duro. Cada Apolo llevaba el programa para toda la misión escrito y pregrabado en núcleos de ferrita desde antes del despegue. Gracias a eso, la segunda misión a la Luna, el Apolo 12, pudo soportar el impacto de dos rayos durante el despegue sin que se borrase ni un bit de su memoria.
No es una foto de una película de ciencia ficción de los años 50. Es el comandante
Michael Collins entrenándose en un simulador del Apolo 11. Foto: NASA
Aun hoy resulta increíble lo que podía conseguirse con un hardware tan elemental. Durante la fase de aterrizaje se encargaba de integrar los datos del radar altimétrico, controlar el impulso del motor principal y de los 16 motores de estabilización, mantener las antenas continuamente orientadas hacia la Tierra y calcular la trayectoria para regresar a la nave nodriza en caso de emergencia. Todo a la vez y con sólo 32 K. Recuérdelo la próxima vez que se queje de que su computadora va lenta.
La inhóspita pero fascinante belleza lunar. Foto: NASA
El programa espacial -y algunos proyectos militares- fueron la fuerza motriz en el desarrollo de la microelectrónica. El cohete lanzador medía 110 metros de altura, pero su cerebro era un anillo de apenas un metro de altura, situado en su parte superior, justo antes de la cápsula propiamente dicha. El resto, pura fuerza bruta: miles y miles de litros de combustible y motores tan potentes que nunca se han vuelto a construir otros iguales. La excelencia en la miniaturización electrónica se cita frecuentemente como una de las razones -pero no la única- que hicieron que Estados Unidos ganase la carrera hacia la Luna.
El 20 de julio se pudo tomar esta histórica foto: nuestro planeta visto desde otro astro. Foto: NASA
La mejor herencia del programa Apolo fue el desarrollo de modernas técnicas de gestión. Enfrentados con el problema de coordinar el trabajo de miles de contratistas distribuidos por todo el país, respetando especificaciones y plazos muy estrictos, la NASA se vio obligada a explorar un territorio poco conocido fuera de los ambientes militares, el de los sistemas de planificación y control de producción, que sólo habían sido usados en programas de misiles balísticos como el Polaris y el Minuteman. Esas técnicas, que hoy se utilizan en millares de empresas industriales nacieron a la sombra del programa lunar.
Comprensible emoción de Neil Armstrong al realizar la misión. Foto: Buzz Aldrin
Pero quizá hay una última lección del Apolo. Cuando Kennedy embarcó al país en la carrera, solamente dos astronautas habían volado por el espacio: un ruso y un norteamericano -este último, apenas 15 minutos y aprovechando un cohete táctico de tamaño mediano.
La NASA no contaba con proyecto previo, ni infraestructura ni naves adecuadas y apenas un puñado de especialistas que empezaban a aprender de sus propios errores. Nadie sabía cómo resolver los problemas de supervivencia fuera de la Tierra. Ni cómo dirigir una cápsula por el espacio. Ni mucho menos cómo enviar algo hasta la Luna y traerlo de regreso. Era, en resumen, la mayor empresa industrial del siglo XX, después del Proyecto Manhattan, que desarrolló la bomba atómica unas décadas antes.
"Aquí estuvieron los primeros hombres de la Tierra en dejar sus huellas en la Luna". Foto: NASA
Armstrong pisó la Luna sólo ocho años después de que Kennedy lanzase su reto. Hoy, 40 años después, repetir una gesta así resulta impensable.
A pesar de ser uno de los mayores logros tecnológicos de toda la historia y uno de los más documentados, no faltan en todas las latitudes -desde hace algunos años e incluso décadas- algunos ignorantes aficionados a las conspiraciones que -aprovechando muchos de los logros tecnológicos motivados precisamente por el programa espacial como la computadora personal y la internet- tratan de difundir la insostenible idea de que los seres humanos nunca llegamos a la Luna y que todo sería un gran engaño hecho por Estados Unidos.
Final feliz: amarizaje en el oceano Pacífico. Foto: NASA
Aunque la "propuesta" no resiste el menor análisis histórico ni científico, resulta penoso comprobar que muchas personas de buena fe se dejan engañar por estas teorías conspiranóicas que no tienen ninguna base y que han sido refutadas hasta la saciedad. No debemos caer en ese juego.
Héroes bajo observación luego de realizar la mayor proeza documentada de la historia
de la humanidad. Foto: NASA
El programa espacial, liderado por Estados Unidos pero con el apoyo directo e indirecto de todas las naciones del planeta, es un logro de la humanidad en su conjunto, y no solo de las generaciones actuales, también de nuestros ancestros, que contribuyeron -desde el primer homo sapiens que decidió migrar del Africa por una mezcla de curiosidad y necesidad- a preservar los conocimientos y la pasión que, como especie, siempre nos empuja a buscar respuestas, a satisfacer esa pasión tan nuestra por saber, entender, construir, explorar y cuestionar, esa pasión a la que Sophimanía debe su nombre y su espíritu.
Información de El País.com. Versión y edición de Sophimanía
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