“Hemos perdido todo al nacer” decía Emile Cioran. Y es que a nuestro nacimiento se suma al unísono nuestra sentencia de muerte. A cada segundo de vida, alentamos el paso a la muerte. Solía ponerme azul al pensar así y es que la muerte es uno de esos jeroglíficos que preferimos guardar en un cajón hasta el encuentro inaceptable pero ineludible con aquello que acaba con la existencia, al menos como la conocemos. Todo lo que fuimos o dejamos de ser ya no importa. Todos los que nos amaron u odiaron, son irrelevantes.
Solía pensar que procrear era la máxima pedantería humana, el narcisismo último de la raza. Multiplicarse, poblar, ser más, gobernar. Aún lo veo así, aunque con cierto matiz de compasión. Nos asumimos como lo más importante que le ha pasado al Universo, a la existencia, merecemos ser reyes, dominantes, hasta destructores del planeta, del espacio y de lo que toquemos. Nuestra conciencia es bendición y condena a la vez. No sabemos por qué podemos pensar, decir, reflexionar, pensarnos a nosotros mismos, pero lo hacemos y nos encadena, nos empuja a dar y darnos explicaciones, razones, justificaciones. ¿Por qué nosotros? ¿Por qué no cualquier otra especie? No lo sabemos, quizás nunca lo sepamos, pero continuamos enredándonos en la ilusión de explicarnos el mundo cuando ni siquiera podemos explicar nuestra propia existencia. No creo que haya paisaje más desolador que un ente que funge saber a dónde va, qué quiere y qué hace cuando ni siquiera puede aceptar cotidianamente su ignorancia e insignificancia existencial. Claro, tenemos como opción, una vez nacidos, enfrascarnos en uno de nuestros tantos sentidos construidos. Pasar por la vida dejando el menor número de daños, los mejores recuerdos, el más esforzado ejemplo, procurar el bien propio y ajeno, y sobretodo, aceptar que la muerte se acerca con cada suspiro. Con la misma hidalguía con que pretendemos saber vivir, enfrentemos que no sabemos morir, pero que llegará y mejor que nos encuentre lo más listos posible.
Nacer y morir, dos caras del mismo bien (¿o mal?). Mi buen Emile, mientras vivimos tenemos posibilidad de ganar. Hasta que la sentencia nos alcance y todo se convierta nuevamente en “pura posibilidad” de volver a ser.
5 comentarios:
mm interesante, siempre evito pensar en eso al menos hace tiempo, pero ahora que ya estoy en la base 2, lo tomo con calma, ya se que voy a morir solo espero no sufrir cuando pase eso. Saludos
Mis sinceras condolencias Claudia...
que bueno C,he ahí el arte del buen morir. ah, ¿cómo sería "lo mas listos posible" para ud?
Excelente reflexión.
"No creo que haya paisaje más desolador que un ente que finge saber a dónde va, qué quiere y qué hace cuando ni siquiera puede aceptar cotidianamente su ignorancia e insignificancia existencial."
En eso se basa mi existencia. No fingir que no sé a dónde voy, ni saber qué quiero ni qué hacer. Como el Demian de Herman Hesse, que se preguntaba cómo diablos tantos humanos estaban tan seguros de su papel en este mundo. Él simplemente quería ser persona.
Decía Jesús Lizano: "Alcaldes, camareros, oficinistas, aparejadores...¿Aparejadores? ¿Cómo puede creerse aparejador un mamífero? [...] Yo sólo veo mamíferos..."
Ver vídeo: http://www.youtube.com/watch?v=-Emw6H5V9S4
Somos solo una manifestación del universo. El universo, la naturaleza, la vida entera como un único todo, no saben que estamos vivos, no necesitan saberlo, así como nosotros no necesitamos saber cuando nació o cuando morirá la célula número 3,542'467,832 de nuestra piel, o como esa célula enfrenta su muerte. Somos un pequeñísimo episodio en la vida del universo.
No somos ni lo mejor ni lo peor que le ha pasado y le pasará al universo, es más, en 100 millones de años adelante nuestros huesos estarán en la vitrina de alguna otra especie que afirmará que nuestra "consciencia primitiva" era simplemente un escalón más de la evolución.
Somos parte del universo, y para nada lo mas importante del universo. Nuestra consciencia debería servirnos para darnos cuenta de ello.
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