El misterio de la maternidad trasciende especies y mecanicismos hormonales.
Foto: Just-whatever
De todas las cosas que ocurren en la naturaleza, ser madre es la más importante, ya que en ella radica y se renueva la posibilidad de la existencia.
Al inicio de todo, cuando la vida se expresaba a través de organismos unicelulares que se duplicaban espontáneamente, esa posibilidad ya era un deslumbrante misterio de signo femenino, que hoy perdura en todas las especies y en todos los órdenes naturales.
Y si bien es universal, en los humanos ser madre implica una tarea y una responsabilidad que rebasa cualquier otra relación que podamos ver en la naturaleza. A diferencia de otras especies, los humanos tardamos años en estar aptos para la vida independiente, algo que no sería posible sin el cuidado constante de una persona que asuma -desinteresada y generosamente- esa tarea.
A diferencia de otras especies, en los humanos ser madre no está relacionado necesariamente al despertar sexual o al disparo de un mecanicismo biológico - hormonal. No pocas veces se trata de una circunstancia no deseada, de una casualidad, de un error, de un accidente.
Aun cuando se trate de una decisión, no necesariamente es la expresión de un amor de pareja, a veces implica hacerse cargo -desde la soltería o la soledad- de una criatura que tuvo la desgracia de perder a sus padres biológicos. Decisiones que se toman con plena consciencia de los años, responsabilidades y retos que requieren afrontar.
Y es que a diferencia de otras especies, la maternidad humana no está circunscrita ni definida por el embarazo y la gestación, ni siquiera a contar con una pareja o a tener determinada orientación sexual, está definida únicamente por la voluntad valiente, consciente, desinteresada y misteriosa de asumir la responsabilidad de una crianza (o más).
En un mundo marcado por intereses salvajes y egoístas, por violentas relaciones de poder, por "viriles" enfrentamientos armados, por los prejuicios, por la superficialidad de culturas enteras obsesionadas en lo banal, lo rápido y lo desechable, ser madre sigue siendo el último refugio de la ternura, el amor, la lealtad, el desprendimiento, la generosidad, en suma y resumen: el refugio concreto y evidente que mantiene viva la esperanza en ser felices en un mundo que repita cada vez menos los errores del pasado.
Será por la consciencia de esa importancia que -a diferencia de otras especies- los humanos somos los únicos que nos tomamos un día al año para recordarnos y agradecer comunitariamente esa memoria, esa sapiencia, esa sabiduría, repitiendo -incluso entre quienes la hemos perdido- ese mantra simple, hermoso y cursi, pero a la vez íntimo y universal: "Te quiero ma, feliz día".
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Pablo Vásquez para Sophimanía
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