miércoles, 30 de septiembre de 2009

Mentirle a los niños: una práctica mucho más común de lo que se admite

Bajo la etiqueta "niño", "anciano", "joven" o "adulto" existe una única realidad:
una persona multidimensional, con plenos derechos y deberes. ¿Es aceptable
tomarse el poder y la facultad de mentirle? Foto: GlobalPhoto

Interrogados respecto de la educación de su prole, la mayor parte de padres suscribe la frase "la honestidad es la mejor política", pero un estudio indica que en la intimidad del hogar y en las complicaciones del día a día, la cosa no solo cambia sino que incluso podría ser a la inversa.

El director del estudio, Kang Lee, de la Universidad de Toronto, ha dicho: "Estamos sorprendidos de la cantidad de mentiras que los padres le cuentan a sus hijos, incluso aquellos padres que con más convicción hablan de la necesidad de ser honestos con ellos".

Las conclusiones del estudio todavía son preliminares, pero se cree que darle a los hijos mensajes "mezclados" en circunstancias en que ellos están descubriendo cómo desenvolverse en el mundo los puede perjudicar, tanto socialmente como en su relación con los padres.

"Si siempre le mentimos a nuestros hijos para inducirlos a que hagan X, Y ó Z, entonces nunca aprenderán la razón "verdadera" para hacer X, Y ó Z" dice Victoria Talwar de la Universidad de McGill en Montreal, quie no participó en el estudio. "Mentirles es quitarles la oportunidad de que en realidad aprendan".

Los investigadores están de acuerdo en que a veces uno no puede ser totalmente sincero frente a un pequeño, por ejemplo cuando el niño hace un garabato y nosotros le decimos "qué lindo dibujito has hecho", pero sí insisten en que los padres piensen dos veces y consideren alternativas antes de simplemente dejarse llevar por la mentira.

Las típicas mentiras: "Come toda tu comida o viene el Cuco y te comerá a ti"; "Tu tío fulanito se ha ido a un largo viaje"; "Rex se ha convertido en una estrella y desde ahí nos está mirando" y sus variantes son muy populares. El estudio reveló que casi el 90 por ciento las a escuchado de sus padres.

Los padres por su lado dijeron, en más del 70%, que estaba mal mentir a los hijos, pero casi el 80% reconoció que al menos una vez lo había hecho.

Y es que la mentira es una herramienta fácil y poderosa para conseguir que los niños hagan algo (o dejen de hacerlo) o incluso para protegerlos de cosas que sentimos son muy crueles.

Frente a un micrófono de la prensa es fácil que un padre defienda convencido la necesidad de ser siempre honestos con nuestros hijos, pero en las complicaciones del día a día, cuando el niño llora y la movilidad escolar toca el claxon en la puerta y estamos veinte minutos retrasados para ir la trabajo, los criterios cambian: la mentira "blanca", "piadosa" o "práctica" parece la única opción.

Pero no hay que caer en aspiraciones imposibles de cumplir. La realidad nos dice que mentir a los niños es malo, pero que es una práctica más común e institucionalizada de lo que queremos aceptar. La cosa no es obligarnos a ser honestos siempre, porque esa guerra está perdida de antemano. La batalla que podemos dar es, antes de mentir, al menos darnos unos segundos para evaluar sinceramente si no tenemos una opción más honesta.

Información de LiveScience. Versión, edición y traducción de Sophimanía

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